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El momento de cambio se ve reflejado en grandes titulares que inundan la prensa convencional. Existen parámetros sociales e incluso económicos que nos podrían ayudar a reafirmar este hecho, pero hay un aspecto, aún no tenido en cuenta por los medios masivos, que nos obligan a replantearnos la pregunta. Este hecho es el grado de participación ciudadana en la creación de información y resignificación de la realidad, o lo que también se denomina: el quinto poder.

Si tomamos los tres poderes clásicos de Montesquieu (ejecutivo, legislativo y judicial) y le añadimos los medios de comunicación tendremos la configuración sociopolítica que hasta el siglo XX ha regido la vida de los países en democracia. El cambio de siglo ha puesto a un nuevo jugador en el tablero: nosotros. El quinto poder se configura como nuestra capacidad individual de crear sentido en colectividad. Crear información, contenido, significado y lo que es más importante, criterio. Las empresas de publicidad llevan años (y millones de dólares) de ventaja a las instituciones y organismos sociales que trabajan el empoderamiento de jóvenes, estudiantes y comunidades, entendidas hoy como redes sociales. Es un peligro que confundamos comunicación más tecnología como oportunidad de difusión, promoción y venta ya que la estrecha relación entre comunicación y publicidad provoca una desorientación en el discurso. El esquema emisor-mensaje-receptor ha cambiado poniendo de nuevo en la palestra a McLuhan cuando nos avisó que “el medio es el mensaje”, pero con un viraje novedoso, no entendido como avance tecnológico sino como aquello que nos permite como ciudadanos convertirnos en potenciales actores de cambio. ¿Cómo? ¿Acaso mi opinión es importante?

Desde las industrias cinematográficas hasta sangrientos dictadores han entendido la importancia de lo que estas nuevas herramientas nos permiten: decir lo que pensamos. Hasta ahora la producción de información y lo que es más importante, de sentido, venía de la mano del cuarto poder. Esto quiere decir que un emisor (invisible y ubicuo) nos arrojaba un mensaje a la esfera pública a través de los únicos canales posibles de llegar a un segmento de población que interesase a los financiadores. Pero tenemos un nuevo jugador. El que lee, el que piensa y traduce mentalmente lo que está leyendo e invariablemente opina sobre ello: yo.  El tener acceso a la cancha no implica obligación, más bien todo lo contrario, responsabilidad. Todos y cada uno de nosotros podemos participar, la cuestión entonces sería ¿para qué?

La formación de criterio es fundamental en el desarrollo de sociedades democráticas. Entendemos por democracia la participación de todos, del pueblo. Esto implica, primero, la apertura de posibilidades entendida como la ruptura de antiguas constricciones socioeconómicas para la participación ciudadana, y segundo, la responsabilidad que su uso acarrea consigo.
Participamos en cuanto actuamos en nuestra realidad, la configuramos y resignificamos. Antes podíamos enviar una carta al Director argumentando de forma sublime nuestro pesar por esa noticia que nos parecía que atentaba contra el decoro público. Hoy, podemos armar un blog, publicar nuestra argumentación y que juegue en la esfera pública bajo las nuevas reglas: todos tenemos el derecho y la responsabilidad de proponer y difundir un punto de vista y esperar por tanto que otros lo hagan. Si partimos de esta base estamos entendiendo algo más revolucionario que una masiva pegada de afiches. Las revoluciones tecnológicas han venido acompañadas a lo largo de la Historia de cambios profundos ante la interpretación de la realidad y, reafirmo, de creación de significado. El hombre instruido del Renacimiento accedía en toda su vida a la misma cantidad de contenido que hoy tenemos en cualquier revista manida de una peluquería. Esto no les impedía, sin embargo, formarse a través del intercambio de conocimiento con sus pares.
Nuestros pares contemporáneos son múltiples, heterogéneos e imprevisibles. Podríamos advertir una estética de la comunicación en las participaciones públicas de aquellos que dotan de percepción y sensibilidad sus comentarios. Aquellos que se atreven, no sólo a comentar, sino a hacerlo con la belleza inherente del que se encomienda a algo con la plena conciencia de estar haciéndolo. Incisiones precisas en una realidad compartida que nos estimulan a re-plantearnos lo preestablecido y a no regalar una aprobación. Y entonces, ¿qué puede ocurrir en este contexto?

Estamos en una transición de los medios de comunicación de masas a la masa como suma de individuos con capacidad comunicativa. Todos, como individuos en colectividad, hemos de estar preparados para el reto. Éste no sólo significará comentar con criterio sino saber trabajar interdependientemente y exigiendo que las reglas del juego político vayan a la par del desarrollo social. Los espacios de creación de pensamiento, centros educativos y organismos de poder público nos pertenecen, son el fruto de las reivindicaciones cívicas del último siglo. La discusión y reflexión son las herramientas dialécticas contemporáneas que nos pueden ayudar a conseguir que la cohesión y el compromiso social sean los pilares con los que construimos una realidad dirigida a un fin mayor: el desarrollo humano. Ahora, ¿alguien tiene algo que decir?

Daniel Cotillas es coordinador de comunicación del proyecto mARTadero y Fundación Imagen

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