Ideas sobre una comunicación para el desarrollo (humano)

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Si preguntamos a un grupo de personas qué entiende por comunicación lo más seguro es que nos respondan: la transmisión de un mensaje entre individuos, el acto de enviar información de un lugar a otro o alguna definición tan similar y aséptica como éstas que nos dejan indiferentes. Ahora bien, existen muchas variantes: hay una que nos seduce con la publicidad de objetos, otra que pretende conseguir al sujeto amado a través de la forma de vestirnos e incluso aquella que destila poder, estilo y vanguardia a través de los Guggenheim que pueblan ciudades de segunda, eternas aspirantes a primera. De ahí que realmente se nos complique querer dar una definición exacta de comunicación.

 
Sin embargo, a pesar de lo anterior, podemos decir a priori que la comunicación es la ciencia que trabaja con la información. Ésta es el constructo que usamos para conocer la realidad y entenderla, para darle una visión y un sentido a través de nuestras subjetividades. Es en la intención que damos al uso y transmisión de información donde se encuentra la naturaleza de ésta. En ella está escondida una forma de entender la realidad, no la realidad en sí misma, pues comunicar nos es tan inherente como lo es el respirar o, como argumentó la escuela de Palo Alto, no podemos no comunicar. Por tanto, debemos preguntarnos qué visión damos a la realidad a través de la información que recibimos y poseemos y cuál es la realidad que nos gustaría construir a nosotros, nuestro presente continuo. Aquí nace entonces el análisis de ese tipo de comunicación que ha quedado en flagrante desuso, que parece dormitar en el subconsciente colectivo aturdida por las imágenes transitorias de la televisión y que lleva en sí las herramientas básicas que nos servirán en la construcción de valores. La comunicación para el desarrollo humano es aquella que surge como un acto de responsabilidad social apoyada sobre el criterio y con la intención de generar conocimiento.
 
Pues bien, asistimos a una tendencia generalizada de simplificación disfrazada de progreso. Es así que nuestros celulares tienen menos botones, nuestros mensajes menos caracteres, las búsquedas en internet tardan menos y poco a poco hemos conseguido que nuestra interacción comunicativa nos resulte insípida por la carencia de información práctica a intercambiar, exigiendo al mismo tiempo más impactos espectaculares para saciar la necesidad creada de estar entretenidos. Lejos de una visión determinista de la realidad, es precisamente el conocimiento de las estructuras y procesos de creación de realidad y objetividad los que pueden hacernos lograr crear nuevas realidades a través del uso que hagamos de la información. En la forma que simplificamos nuestro lenguaje simplificamos nuestra forma de ver el mundo. Somos todos y cada uno de nosotros los únicos responsables de crear, exigir y solicitar comunicación mejor elaborada, que refleje la complejidad del mundo en que vivimos, con una visión de futuro, constructiva y propositiva.
 
La construcción de criterio lleva implícita una exigencia a aquellas instituciones que nos forman: institutos, profesores, universidades, medios de comunicación, etc. Pero esta exigencia empieza por nosotros mismos, asumiendo nuestra responsabilidad en la búsqueda y creación de soluciones alternativas y originales a los problemas sociales y políticos, y a potenciar y desarrollar las estructuras necesarias para llevarlas a cabo. Dar paso a lógicas divergentes implica una exigencia personal hacia aquello que queremos conseguir, haciéndolo de forma responsable y sostenible, es decir, replicable por una demostración fundamentada y validada en el bienestar social. De esta manera, la comunicación, entendida como derecho a la libre expresión, pasará a validarse y fundamentarse bajo lógicas cualitativas en detrimento de lo cuantitativo. Entender y evitar la estandarización de nuestros trabajos y obligaciones, anclados en la optimización del tiempo como argumento de valor, nos plantea una nueva mirada más crítica y propositiva sobre la realidad. Así, se nos hace indispensable la formación en las herramientas cognitivas necesarias para la asimilación y análisis de la realidad como nos es presentada, pues con una población desprovista de las herramientas adecuadas para descifrar mensajes, los profesionales de la comunicación al servicio del objeto y no de la persona consiguen a través de una magia seductora y efectista convencernos de que una nueva adquisición material nos hará más felices, o lo que es más retorcido, libres.
 
Habrá, entonces, una lucha en el s. XXI que no será por libertades tradicionales (industriales, tecnológicas, de expresión…), sino por la adquisición de conocimiento. Para entenderla y ganarla hemos de ser capaces de filtrar el ruido y sólo podremos hacerlo tanto en cuanto hayamos entendido nuestro rol en la sociedad, la responsabilidad de impulsar proactivamente estructuras válidas de acceso al conocimiento y entendimiento mutuo. Debemos huir de la máxima economicista aplicada: “maximizar información, minimizar comunicación”. Esto nos ayudaría de gran manera a revisitar los lugares comunes de nuestro lenguaje cotidiano. Por ejemplo, no se entiende que todavía no añadamos dentro de la expresión Países en Desarrollo los adjetivos necesarios que nos ayuden a diferenciar si hablamos de un desarrollo económico – apoyado en lógicas de indiscutible insostenibilidad-, o un desarrollo humano bajo indicadores de educación, vida saludable y nivel de vida digno. Esta definición simplista ha dejado deliberadamente de lado las consideraciones humanas, intelectuales, sociales y culturales, creando así un imaginario de subdesarrollo global que ha de ser combatido en nuestro quehacer diario, como personas, como ciudadanos y como profesionales de cualquier ámbito. Valga esto como ejemplo de la multitud de expresiones nacidas desde lógicas alejadas de la construcción social y que son replicadas inconscientemente en nuestra cotidianidad. Vivimos bajo el paradigma del fast food, en sociedades líquidas de relaciones fugaces inundados por toneladas de información que nunca tendremos el tiempo de procesar. La revolución tecnológica ha creado así disfunciones sociales nacidas de la inmediatez y la abundancia como falacias benefactoras. Sólo el tiempo y esfuerzo que queramos dedicarle a la difícil tarea de conocer, analizar y procesar la realidad hará que la información se transforme en conocimiento.
 
Todos llevamos dentro las potencialidades necesarias para que armados con los debidos recursos podamos plantear alternativas replicables de desarrollo humano, social y colectivo. Tenemos la clave para conseguir el auténtico cambio social y está dentro de nosotros.
Este artículo es un aporte del pensamiento colectivo y progresivo del proyecto mARTadero sintetizado por Daniel Cotillas.

 

 

*La imagen la encontré buscando en «Google busqueda avanzada» el nombre de la nota con la opción «Etiquetada para reutilización con modificaciones» y me gustó para ilustrar la nota.

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