Siempre cuento una buena anécdota que me pasó con mi amigo Juan Escourido, hace ya varios años, charlando sobre la pertinencia de tener un diario. En esa época (hará unos 10 años) me reía de aquellas personas que aún realizaban ese ejercicio cotidiano. Mi opinión no pudo cambiar más radicalmente cuando Juan me dio su parecer sobre escribir y mantenerlos: «No lo escribo para mi, lo escribo para el que seré dentro de 20 años». Sólo con esa frase cambié totalmente de opinión, y hasta hoy, sigo de acuerdo con él. Cuando escribimos un diario, o un blog, no es sólo para pasar a una supuesta posteridad contando logros y batallas. Es hacerle recordar a ese que serás que una vez pensaste de esta u otra manera.
Supongo que si tengo todas estas reflexiones son, en gran parte, por la tremenda mudanza que acabo de hacer (bueno, llevo haciendo ya 5 meses) para cambiar de continente y, hurgando entre papeles y notas de mis vidas pasadas, encontrarme con tantos Danis que me es difícil discernir de qué época son.
Tiene mucho poder este hecho. En papel y en digital. Lo primero debe sobrevivir al paso del tiempo y a los deseos irrefrenables de quien hiciste guardián de esos papeles de no tirarlos, lo segundo debe sobrevivir a que paguemos el dominio y el servidor, actualicemos la base de datos y nos quitemos la pereza en la que nos han sumido las redes sociales para poder seguir contando qué hacemos.
Tal vez va siendo hora que le quite alguna telaraña a este espacio. Tal vez necesite releerme para reconocerme y así poder seguir el diálogo. Como sea, no podemos dejar el empeño de tomar las riendas de nuestra comunicación, porque sin ellas, vamos desbocados de lo que podemos hacer, y podemos ser.
A lo mejor hay que volver a algo más personal, y a lo mejor esto pueda ser un nuevo inicio. Veremos a dónde nos lleva.
