Por qué es una mala idea usar Microsoft en la escuela pública

contacta     ·     sobre     ·     azar     ·     buchaca     ·     manifiestos    ·   

La educación pública se encuentra actualmente (en situación pos-pandémica o pre-apocalipsis total) ante una problemática que muchas personas verán como oportunidad, pero porque va con trampa.

La Comunidad de Madrid ha anunciado una colaboración con Microsoft para que los colegios puedan usar Teams, además del paquete Office y otras aplicaciones de la compañía.

No hay que ilustrarse en exceso a propósito de las colaboraciones con empresas privadas de corte tecnológico para comprender que no existe tal cosa como la colaboración, sino más bien el ofrecimiento de uso de tecnologías que permitirán generar beneficios económicos para ellas. Es decir, plantear una mirada benefactora por parte de empresas privadas es algo tan incongruente como confiarle a la homepatía el liderazgo en la cura del COVID19.

Para hacernos una idea de qué supone la intromisión de lógicas empresariales en la educación pública recomiendo leer este artículo de Boaventura de Sousa Santos sobre «La universidad pospandémica» que revisa históricamente por qué la Universidad pública se encuentra donde está.

Ahora bien, sí me gustaría poder hacer un repaso a las razones principales que me vienen a la cabeza cuando pienso por qué es una mala idea usar Microsoft (o cualquier otra empresa privada) en la escuela pública

Porque no fomenta el pensamiento crítico

Tener pensamiento crítico, o la capacidad de producirlo, significa que eres capaz de colocarte en varias posiciones diferentes respecto a una misma temática. Desde tener empatía hasta comprender o asimilar la dificultad que conlleva una tarea, además de proyectar cómo una idea o práctica pueden tener consecuencias en nuestro día a día.

El uso de herramientas preestablecidas significa tener la solución antes de conocer el problema. Ya ni siquiera comprenderlo o asimilar la magnitud de sus planteamientos, sino simplemente conocerlo. Esto que también se llama solucionismo tecnológico plantea un sesgo respecto a comprender el origen y naturaleza de las herramientas tecnológicas.

¿Es la escuela el lugar donde debemos aprender a usar herramientas o a comprender por qué fueron creadas? ¿cómo nacen? ¿cómo se crean y cómo se modifican?

Recordemos: hablamos de la escuela pública. O escuela, a secas. Ese lugar que supone el momento más importante de nuestras vidas en lo que respecta a formación de nuestro intelecto y sobre lo que luego nos construiremos como personas también. No de escuela de aprendizajes técnicos.

Porque valida la idea que la escuela ha de enseñarnos un trabajo práctico

Quien escribe nació en 1980 en España. Si bien no era la panacea del acceso abierto y libre a una educación de calidad sí que era un contexto en el que la generación anterior no había podido (en su mayoría) acceder a estudios superiores. Esto llevó a una animosidad por plantear que el acceso a la educación nos traería más bienestar porque así «no tendríamos un jefe al que aguantar». Bueno, al menos mi experiencia fue así.

Uno de los grandes debates de mi generación a los 18-23 años era que la Universidad no servía para nada, que no nos enseñaba nada útil. O lo que es lo mismo: sólo aprendiendo a usar herramientas técnicas puedes encontrar un gana-pan.

Ahora, con casi 40 años, creo que no hay nada más útil para aprender en la escuela pública que todas esas cosas inútiles: Historia, Filosofía, Arte,… Y por supuesto también Matemáticas, Ciencia, Física… Aún no sabría cómo aplicar en la vida del día a día una derivada pero oye, al final logré hacer una o dos.

El trabajo práctico es algo que vas a acabar aprendiendo quieras o no. Manejar mejor un programa u otro es algo que acabaras utilizando con soltura. Por ello, no me preocupa que por ejemplo en la escuela usen un sistema que «no se cae» y permite que X personas se conecten durante X minutos; me interesa que se pueda construir desde cada colegio, instituto y Universidad el sistema que mejor refleje las potencias y carencias que hacen específica a cada comunidad. Y eso, es lo que genera un aprendizaje mucho mayor que la herramienta en sí: darle un sentido de logro colectivo al uso y puesta en práctica de una herramienta.

No hay que ser un experto en tecno y geopolítica para observar cómo el aprender un poco de tecnología y un poco de idiomas crea una masa hábil de futuros trabajadores poco cualificados que puedan realizar eso mismo: trabajos prácticos.

Porque nos acostumbra a desinteresarnos por el capital simbólico de nuestros datos

Y es que ninguna oferta gratuita por parte de una empresa privada es realmente gratuita.

Empresas como Microsoft tienen un objetivo y es ganar dinero. Obviamente pueden tener muchos más objetivos secundarios pero el principal va a ser ganar todo el dinero que puedan. Cuando hacen un convenio como el de la Comunidad de Madrid, la educación de calidad se convierte en algo secundario siempre y cuando la posibilidad de obtener los datos de navegación de los estudiantes esté asegurado, y con ello, la posibilidad de comerciar con ellos. Esto no choca con los innumerables mensajes sobre privacidad que proponen antes de confirmar que estás de acuerdo con su uso (y sobre lo que hay que dudar) ya que siempre existirá un as en la manga a la hora de poder ofrecer una «navegación más inteligente» y que mejor le venga al usuario. Es decir, que fortalecerán que te quedes enganchado frente a la pantalla porque estarán mostrandote aquello que siempre te estará interesando; lo mismo si hablamos de vender algo.

Al no existir un debate previo sobre la pertinencia o no de usar estas herramientas en los colegios es que no se permite que las madres y padres conozcan qué rol juegan nuestros datos en el sistema político y económico actual. Y así, genera un sistema de desinterés total a propósito de su uso con fines económicos. Al fin y al cabo, ¿qué me importa que sepan qué leo, investigo, consulto si así me permiten usar sus herramientas de forma gratuita? Es como si un mecánico estuviese contento de poder trabajar sin remuneración porque en su taller el jefe le deja usar las herramientas para arreglar los coches por los que recibe un pago… pero no así el mecánico. Con esto no quiero decir que deberían pagar a los estudiantes por usar herramientas como Microsoft (aunque por lógica incluso no es descabellado) sino que es necesario que esta generación actual sea consciente del valor absoluto que tiene su vida digital, y eso pasa primero de todo, por saber cuál es la naturaleza de la aparición de esas herramientas. Desde las razones políticas por las que acaban siendo implementadas en la escuela hasta los algoritmos técnicos que hacen que funcionen como funcionen.

La escuela ha de servir para entender cómo funciona el mundo, no para hacerlo funcionar en base a deseos empresariales. Para eso siempre hay tiempo.

Porque asumimos que la privacidad no es importante, y por tanto, tampoco la libertad de expresión

Herramientas como las propuestas por Microsoft no permiten que exista privacidad en nuestros dispositivos tecnológicos. Esto es un hecho. La única privacidad que existe es la palabra de confianza que te da la empresa de que no hará nada con tus datos. Y ya se ha comprobado que esa palabra es papel mojado cuando se trata de empresas tecnológicas del llamado GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsot).

La única forma de contar con privacidad es contar con sistemas auditados públicamente, y eso sólo nos lo dan sistemas basados en los principios del software libre. Además, es muy común el planteamiento que, dada la situación de la escuela pública, al menos con estas herramientas se puede enseñar algo de una forma un poco más colaborativa. Pero esto será sólo en forma, y nunca en fondo. Y ahí es donde se rompe el rol de la escuela pública: donde todo se ha de trabajar en esencia desde el fondo y probar y experimentar innumerables formas de lograrlo.

El hecho de plantear una mirada banal sobre la privacidad de nuestros datos y esgrimir que es un mal menor para el uso de herramientas de uso laboral futuro nos coloca en la tesitura que ya afirmó Edward Snowden. Y es que si afirmas que no te preocupa tu privacidad porque no tienes nada que ocultar, es como afirmar que no te importa la libertad de expresión porque no tienes nada que decir.

Si bien aquí el caso no es tanto porque no tengas nada que ocultar sino que necesitas insertarte al mundo laboral, la incapacidad de realizar una lectura contextual de tu realidad te impedirá en todo caso poder plantear alternativas creativas y en base a la justicia social: nos habremos acostumbrado a aceptar acríticamente todo aquello que brilla en los anuncios publicitarios de las grandes empresas.

Porque enseñamos desde pequeños a aceptar regalos de empresas privadas como si no hubiese una contraparte, que en realidad son nuestros datos

Que viene a ser un resumen de los dos puntos anteriores.

Repensemos: ¿para qué ha de servir la escuela pública?

Si eliminamos la posibilidad de que ahí sea donde se geste la semilla del pensamiento crítico ya no habrá marcha atrás para una absoluta comercialización de todo aquello que conocemos.

Una sociedad basada en que todo aquello que nos es dado gratis por empresas privadas es algo bueno-para-ser-usado es una sociedad incapaz de reinventarse a sí misma ante situaciones inesperadas; pero sobre todo, incapaz de hacerlo en base a principios de justicia social.

Porque si no daríamos durante dos meses pizza a nuestras hijas todos los días, ¿por qué no hacemos una dieta de herramientas privadas y extractivas digitales?

Para acabar, y por si todo lo dicho anteriomente te supo a «hippismo tecnológico» pensemos el caso específico de Madrid durante la pandemia.

El gobierno de la Comunidad suspendió los comedores escolares (a quienes suspendería el contrato más tarde) e implementó para las familias con escasos recursos un servicio de Telepizza para comer cada día… cada día. Durante no sé, ¿40? ¿50 días?.

Somos muchos los que en algún momento hemos dado de comer pizza a nuestras hijas, ya sea por flojera esa noche de viernes en la que ya no das más, o porque simplemente te apetecía. Pero creo, y estaré encantado de batirme en duelo con quien me contradiga, que dar de comer 40 días seguidos pizza a un menor (¡incluso a un mayor!) es un acto de infamia e incluso de terrorismo alimenticio que no puede ser entendido más que dentro de una guerra social.

Entonces, el planteamiento es bastante parecido en este caso, si no daríamos a nuestras hijas e hijos pizza durante 40 días por lo que supone para su crecimiento y salud corporal, ¿por qué permitiríamos el uso de herramientas que no hacen otra cosa que engordar la cantidad de datos que tienen sobre nosotros las grandes empresas y nos impiden estar en forma ante los retos que nos planteará la vida futura?


Para concluir he de decir que todo esto va de replantearse para qué ha de servir la educación pública. Llámame romántico o llámame bobo, qué se yo. No me puedo imaginar una sociedad en la que no exista un lugar donde poder pensar, hablar y discutir en compañía, donde crecer pensando que nuestra vida no será sólo trabajar, y que haya que hacerlo de la forma más eficiente posible.

A lo único que nos ha llevado la carrera tecnológica mirada desde el acceso acrítico a las herramientas es a ser autómatas del trabajo precario. Ni siquiera el argumento de que hay que prepararnos para encontrar trabajo en el futuro es algo que cuadre como argumentación, porque no será la connivencia con las grandes empresas lo que nos permitirá trabajar: será nuestra creatividad para poder afrontar los retos a los que nos enfrentemos.

Ojalá una escuela pública que no se venda.
Ojalá una escuela pública que aún apueste por crear ciudadanía crítica.

Ojalá, simplemente, una escuela pública que aún exista.

Créditos: Foto de Andrea Piacquadio en Pexels

Hagamos de esto una conversación

Deja un comentario

blogroll

Licencia de producción de pares excepto en lo que no sea de mi puño y bit.

Descubre más desde Comunicación Abierta

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo