«Todo tiene sentido. Sentido y motivo. Incluso la misma música que no tienen ninguna asociación con la realidad».
Stalker
Stalker es una película que ya por el nombre del autor, a poco que hayas visto cine, sabes que la vas a tener que tomar con calma. Si bien yo no he podido ver muchas otras películas de Tarkovsky sé que forma parte de esa camada de cineastas del que podríamos llamar cine de autor, por complejo, por denso e intenso. Y no me entendáis mal, no estoy siendo peyorativo.
Stalker es lenta, pero con esa lentitud del que ha hecho algo sabiendo que te lo quería destilar a fuego lento. Desde el primer fotograma nos sitúa en un ambiente apocalíptico. Una cámara rodando con película sepia que nos va llevando por habitaciones y lugares sucios, destrozados, con personajes algo grotescos. Uno sabe que desde que ha iniciado tiene que pensarse en metáforas. Lo que ves no es lo que tienes que ver, la película te quiere decir algo. Stalker, que traduciríamos como acechador, conoce a dos personajes sin nombre pero con oficio: el escritor y el profesor. Van a ir juntos a la Zona, y Stalker debe guiarlos.
Este post no pretende narrar lo que ocurre en la película que vemos sino en intentar plasmar lo que ocurre en la que no vemos, la que sentimos o razonamos.
Esa Zona es un lugar que en ningún momento se explicita como es. De hecho en un momento de la película se dice «la Zona es tal y cómo la hace el estado de ánimo de las personas». Pareciese entonces que la Zona es un ideal, algo que trasciende toda realidad y que se apoya en la subjetividad del que la habita. En este momento es donde empiezo a pensar que tal vez la película nos esté hablando de la verdad, de aquella verdad que ha sido búsqueda insaciable por parte del ser humano. Esa alethéia griega que acercaba la verdad como desocultamiento, «‘aquello que no está oculto, aquello que es evidente’, lo que ‘es verdadero’» (Wikipedia). En la Zona se tiene la sensación que en realidad lo que ves no importa en absoluto, aquello que es importante está totalmente oculto a los sentidos. Estar en la Zona es estar en un lugar donde los caminos no son racionales, ni lógicos. De la Zona «no se sale por el mismo lugar por el que has entrado» comentan varias veces. De la misma forma que de la experiencia del conocimiento, de aquello que se hace verdad tanto en cuanto lo vivimos, no salimos igual que como estábamos al principio. Es este un gran poder al que se tiene miedo que se acerquen personas que harían mal uso. Ahora el objetivo es encontrar el cuarto, el espacio donde ocurrirán las revelaciones. Pensar en estar en esa sala es pensar en el futuro, quien mire y conozca la verdad puede construir hacia delante. «Cuando el hombre piensa en el pasado, se hace benévolo» comentan en otro momento. Es momento de creer…»lo esencial es creer» dicen. Una de las claves se encontrará en nuestros deseos, ¿qué deseamos? ¿para qué deseamos? «¡A saber qué deseos puede tener cada cual!». Ese deseo, motor de vida, es lo que guarda tu esencia más pura, tu ser. En la Zona «se cumple lo que corresponde a tu ente, a tu esencia, de la que no tienes ni siquiera una idea». Rompe así totalmente con un idealismo innato para refugiarse en la terrible existencia de haber nacido ser humano. Decía Sartre que «estamos condenados a ser libres» y esa condena persigue a nuestros personajes al final de la película. Llegan al cuarto y se desvelan los deseos más recónditos de cada uno: el profesor físico pretende destruir con una bomba atómica todo, metáfora de nuestra condición política desde la aparición de la energía nuclear; el escritor desenmascara una arrogancia propia del genio creador que niega un Dios todopoderoso, con una corona de espinas le dice a Stalker «usted no se haga ilusiones, no se lo perdono!». ¿Y Stalker? ¿Nuestro personaje principal? En él asistimos a la fe, en muchos casos religiosa, en otros naturista. La mirada moral que nos acompaña a cada paso, guiando o juzgando. La madre protectora siempre atenta a nuestros pasos. Su lado oscuro en el cuerto se nos presenta como la moral, el juicio perenne de quien busca la redención a través de la ayuda al prójimo pero sobre quien no podemos evitar juzgar y someter.
Así, la película nos habla de las distintas formas en como el ser humano busca la razón de existir, el sentido del sentido. A través de la ciencia (profesor) donde el lado oscuro es la destrucción. A través de las artes (escritor) cuyo lado oscuro es la arrogancia humana. Guiados por la fé (Stalker) cuya cara oculta es la moral acechante.
Y es que allí donde se cumplen los deseos uno no puede ocultar sus profundidades, sus dudas y sus deseos más oscuros. ¿Qué desea el ser humano? ¿Conocer más? ¿Tener más? ¿Evitar que otros lo hagan? Así como Franco Bifo Berardi nos hablaba del guerrero, el sabio y el comerciante para describirnos las 3 personalidades que han guiado los designios del s.XX en la película rescatan patrones que nos remiten a una humanidad clásica, áreas desde donde hemos buscado tradicionalmente el sentido: la religión/moral, las artes/creación, la ciencia/tecnología.
En definitiva la película nos habla de la búsqueda de la Razón, del sentido de la existencia, guiada por moral (cristiana) y problematizada por la ciencia y las artes. Todo ello en un lugar construido a través de los deseos de las personas que lo habitan. Hoy, cuando este deseo ha sido cooptado por fuerzas y estructuras destructivas, como son el capitalismo o la guerra, Stalker vuelve a llamarnos la atención sobre la necesidad de encontrarnos a través de la búsqueda del sentido. Del sentido de lo que para nosotros tiene sentido, luchando por una libertad para poder incluso desear libremente. Todo ello rematado con una reflexión aún más onírica: tal vez esas tres sendas de búsqueda se han quedado obsoletas y debemos buscar en lo inexplicable, la magia, lo extraño y alien… como esa niña que mueve objetos con la voluntad de su mente.
⭐⭐⭐⭐