Hablar de innovación hoy lleva aparejado de forma casi indisoluble una referencia al desarrollo tecnológico, y más aún, al meramente digital.
Si bien el desarrollo de nuestras formas de hacer, nuestras técnicas, pueden convertirse sin duda en algo innovador, esto no quiere decir que tengan que pasar del dicho al bit.
El ámbito de la gestión cultural no escapa a esta problemática en la que nos estamos viendo envueltos. Y se ha convertido en un problema aún mayor cuando, en el momento actual, debemos pensarnos la innovación desde un aspecto meramente digital. Pero debemos parar un momento y tener en cuenta otros aspectos, sin los cuales, ni hoy ni nunca existió la posibilidad de innovar realmente.
El artículo de Oriol Martí “Innovación y profesionalización en la gestión de la cultura o una aproximación a lo que nos pasa” da unas pistas muy valiosas a reflexionar como son: la necesaria contextualización de las herramientas creadas (y por crearse), la complejidad de narrativas necesarias en un ámbito tan poco unívoco como el cultural, la asimilación participativa (de la de verdad) de las tecnologías por parte de los equipos humanos, y una mirada a la innovación en cultura desde lo social, lo humano. En todo ello hay una mirada, a modo de retos, sobre la cual no dejo de escuchar en boca de gestores culturales, ya sea en Latinoamérica o España: va siendo hora de poner en práctica nuestros discursos, pero además, de otorgarnos un tiempo de calidad para cuidarnos, y ver si era verdad eso de que la tecnología nos haría la vida más fácil y nos daría esa ansiada libertad en formato de horas en el día.
Innovar para volver a mirar
Es cada vez más común entablar una conversación dentro del ámbito cultural donde la palabra innovación se usa en referencia a una nueva aplicación digital o cualquier desarrollo que pase por lo meramente técnico. Tal vez el hecho que cualquier ínfima presentación en Silicon Valley sea meritorio de portadas de la sección de Innovación y Tecnología de los diarios tenga parte de responsabilidad sobre ello.
Innovar, en la mayor parte de las ocasiones, debería ser un verbo que usamos (también) cuando otorgamos nuevos fines a los objetos con usos preestablecidos, cuando logramos generar mayor sostenibilidad de nuestro entorno o cuando hemos logrado crear una mayor cohesión social en nuestros grupos de trabajo gracias a técnicas ya existentes.
En la época de sobreinformación en la que vivimos, donde incluso ya se ha inventado el término infoxicación para referirse a la intoxicación por exceso de información, volver a leer detenidamente un texto y pensar en las aplicaciones reales de lo que esa persona me está diciendo, se convierte en algo revolucionario.
Por todo ello, abogar por una innovación tecnológica hoy, es más rica tanto en cuanto pasa por una mejora de los ámbitos donde queremos y sabemos que es necesario volver a mirar. No es más innovador quien reinventa el teatro, sino tal vez, quien logra crear esas nuevas herramientas y narrativas necesarias para unir creadores con público.
Encontrarnos para volver a crear
Para aquellos que han tenido que hacer alguna obra en sus hogares o lugares de trabajo sabrán que la relación de entendimiento con los trabajadores que la realizan es directamente proporcional a la calidad en el acabado y la finalización de todas las solicitudes (por muy raras que pudiesen parecerles de inicio). Esta misma analogía parece convertirse en una locura cuando hablamos de desarrollo tecnológico digital en el sector cultural. Es muy poco común, lamentablemente, que las personas que trabajan en el sector cultural inviertan más tiempo del necesario en pasar de explicar meramente qué quieren que el programa haga sin hacer partícipes a las personas que lo desarrollan en el sentido último que tendrá.
Esta falta de diálogo real entre gestores culturales y desarrolladores de software está llenando el escaparate de posibilidades tecnológicas en badulaques de ingenios cuyas funcionalidades no responden a una necesidad del sector. Es cierto también que muchas veces no necesitamos recrear la rueda cientos de veces, pero en ocasiones, cuando tenemos la certeza de que no existe nada que pueda resolver ese problema tan común y tan obvio, y por lo tanto, queremos innovar, se olvida una pata fundamental de la ecuación.
De esta forma se suma un reto a los planteados por Oriol, o más bien, una relación entre ellos, que tiene que ver con otorgarnos un necesario tiempo de relacionamiento con las personas que crean las tecnologías, como si de nuestro mismo equipo de trabajo se tratase. “Nadie mejor que nosotros conoce nuestro contexto” y a éste, hoy, hay que sumarle nuevas personas cuyas formas de hacer y pensar no por diferentes en la técnica quiere decir que sean diferentes en los fines. Es cuestión de sentarse y hablar.
Innovar para volver a estar juntos
Ante esta situación podemos plantear, por un lado, la negación total de la tecnología como acicate del desarrollo y, por otro, la asimilación acrítica de cualquier nueva creación digital como parte de un paso más hacia el futuro.
En este paradigma, la gestión cultural (y sus artífices) tiene ante sí todavía los retos de aprovechar las bondades que nos ofrece la técnica para devolvernos el tiempo necesario a nuestra humanidad y sensibilidad.
Porque al fin y al cabo la gestión cultural trata de personas. Personas que se juntan para crear, para solucionar problemas cotidianos, para construir muchos posibles modos de mirar y de vivir. La innovación en cultura apuntala transversalmente lo social, y ello, en contextos de crisis como los que vivimos, apela más aún a la necesaria creación de redes de apoyo. Redes corresponsables, redes con las que crear, pensar, hacer, pero también comer y tener un techo. Redes con las que entender que la innovación pasaba, a veces, por volver a viejas prácticas a través de nuevos dispositivos, pero que al fin y al cabo, siguen teniendo el sentido de siempre sólo que con nuevos vestidos.
Si el mundo (gracias o a pesar de la tecnología digital) se ha convertido en una atomización de gustos, deseos y pensares, es realmente innovador (y sí, lo es con todas las letras) empezar a plantearnos el hacer bajo estas premisas innovadoras.
Daniel Cotillas
Comunicador
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Artículo bajo licencia CC BY-SA
Fotografía: Festival de Ideas en Jujuy – Ministerio de Cultura de la Nación Argentina – CC BY SA